Este municipio mexiquense, localizado a un costado del volcán Popocatépetl, produce más de 70 toneladas de miel al año, sin embargo, los efectos del cambio climático afectan cada vez más la seguridad apícola y generan incertidumbre entre los productores.
Con esta sentencia inquietante, el representante de la Asociación de Apicultores de Ecatzingo, Sergio López Rosales, en una visita realizada a su apiario, ubicado a un kilómetro de distancia del centro de dicha comunidad y sobre el paraje Chachiltepec, en donde persiste un amplia vegetación rodeada por grandes arbustos madroños, pinos, tehuixtle y muchos más.
“El cambio climático influye en el trabajo de las abejas porque los tiempos de frío, calor o lluvia son más extremosos”, expresa y añade que estos pequeños insectos tienen una vida corta y muy productiva, empero, dejan de laborar porque les afectan los cambios de temperatura.
La intensidad del calor disminuye los grados de humedad y perjudica también la producción de néctar en la flora, dice el hombre de 56 años, quien refleja un amplio conocimiento de las abejas en su rostro y fluidez de palabras.
Sin dejar de reunir y cortar varas para preparar el humo que tranquiliza a las abejas, el apicultor permanece en cuclillas y cuenta que lleva al menos 20 años trabajando con estos insectos, una especie que se caracteriza por su gran capacidad de trabajo y una perfecta organización de las colmenas.
Conoce a la perfección esta zona boscosa de Ecatzingo, que en náhuatl significa “lugar consagrado al viento”, y que sin duda muestra la ardua labor de polinización que han hecho las abejas sobre la vegetación. “También lo hacen el aire y otros insectos, pero las abejas hacen un trabajo más directo y eficaz”, apunta.
De manera que los cultivos ofrecen vegetales y/o frutas de muy buena calidad por la polinización que produce al ir en busca de polen y néctar para producir la miel, acentúa López Rosales.
Vestido con camisa gris y pantalón negro desteñido, el señor Sergio camina hasta donde están más de 10 colmenas y, en ese espacio de unos cuatro metros cuadrados, esparce el humo para evitar la agresión de las abejas y, al mismo tiempo, narra que un compañero de tiempo atrás lo impulsó a dedicarse a la apicultura, por lo que comenzó a trabajar con las razas Italiana y Carniola.
Explica que en cada caja o colmena hay tres clases de abejas: la reina, la obrera y el zángano. La primera es la única hembra sexualmente reproductiva y en una etapa madura llega a poner entre mil y mil 500 huevecillos diarios, después de un año tiende a bajar su capacidad.
Contrario al zángano, que su misión es la fecundación de la reina y la continuidad de la especie, las obreras son las encargadas de salir todos los días a polinizar las flores y recolectar el néctar, polen y propolio. “En periodo de floración trabajan mucho y viven entre 40 y 50 días”, comenta.
“Es un animalito muy noble y trabajador que no distingue días, trabaja sábados y domingos; únicamente permanece encerrada cuando llueve, pero aun así realiza labor de limpieza y da calor al interior de la caja (colmena)”, resalta y continúa dispersando humo para ahuyentar a las decenas de abajes que vuelan a su alrededor.
Las abejas de López Rosales producen 1.5 toneladas de miel durante la temporada de cosecha de octubre y noviembre, tiempo en que las flores están en pleno apogeo, y en menor cantidad en los meses de marzo y abril.
De acuerdo con el documento “Formulación del Proyecto Estratégico Apícola”, realizado en 2011 por Sagarpa y el gobierno del estado de México, los 30 productores de Ecatzingo generan 72 toneladas de miel al año.
En últimos cinco años, de acuerdo con el Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), México tuvo una producción promedio de 57 mil toneladas de miel anuales y en 2015 aumentó a 61 mil 881 toneladas.
Además, los apicultores del país establecieron un nuevo récord y en 2015 consiguieron la mayor exportación de miel de los últimos 25 años, con un volumen de 45 mil toneladas y un valor superior a los 150 millones de dólares. Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Irlanda del Norte, Arabia Saudita y Bélgica son los principales compradores.
“En esos países, la miel mexicana es muy apreciada por sus propiedades, aroma, sabor y color”, subrayan Gerardo Pérez y Celina González, investigadores del Centro Interdisciplinario de Investigación para el Desarrollo Integral Regional (CIIDIR), Unidad Durango.
En entrevista por separado, los especialistas detallan que la miel es un edulcorante natural que contiene carbohidratos, entre los principales y en mayor abundancia está la fructuosa y la glucosa, además de proteínas y minerales –potasio, calcio, cobre, sodio, magnesio, hierro, fósforo, yodo y zinc–, por ejemplo.
Indican que entre las vitaminas están el complejo B –tiamina, riboflavina, piridoxina, biotina y niacina–, C o ácido ascórbico y K, así como compuestos fenólicos, flavonoides y carotenoides, solo por mencionar algunos.
Por estas bondades y su poder edulcorante, los expertos de dicho centro de investigación, perteneciente al Instituto Politécnico Nacional (IPN), resaltaron que la miel es utilizada en la elaboración de dulces, refrescos, licores, jarabes medicinales, cremas cosméticas y varios productos de tocador.
El de López Rosales es un caso muy particular. Además de producir miel de manera artesanal al interior de su domicilio, localizado en el Barrio de San Martín, y venderla envasada, el apicultor emplea esta jalea para elaborar jarabes, jabones, shampoo y cremas para las manos.
También, indica, a finales de octubre participa en la Feria de la Miel de Ecatzingo para exponer sus productos y atraer a nuevos clientes del Estado de México, Tlaxcala, Morelos y la Ciudad de México, principalmente, en donde ya conocen el sabor y la consistencia de su miel pura.
El señor Sergio está agradecido con la intensa labor de estos pequeños insectos. “Nos han ayudado con la familia, los hijos y el gasto familiar; nos han recompensado el tiempo que le dedicamos para cuidarlas y ha sido gratificante con los productos que nos permiten elaborar”, expresa.
Si bien las abejas tienen una buena cosecha en octubre y noviembre, el apicultor ocupa el resto del año para atender a las colmenas. “Por ejemplo, en estos meses viene el cambio de abeja reina y la producción de nuevos núcleos”, señala.
Puntualiza que él selecciona cada año a la madre de toda la colonia y ésta será la que más produjo, la más resistente a las enfermedades y la menos agresiva, ya sea de las cajas existentes o la adquiere de un criadero.
De junio a agosto, agrega López Rosales, hay escasez de flora en el campo por la temporada de lluvia y, por ello, alimenta a las abejas con un jarabe concentrado a base de azúcar, lo que de alguna manera les permite mantenerse durante ese tiempo.