Luego de ser considerado durante más de cuatro décadas como plaga urbana que aumentaba la sensación de inseguridad y caos, el grafiti ha vuelto a adueñarse de las calles de Nueva York, aunque ahora como legítima manifestación artística.
Transplantado en la década de 1960 desde la ciudad de Filadelfia, el grafiti en Nueva York comenzó a florecer en el condado del Bronx como una forma en la que jóvenes artistas se apropiaban de la infraestructura urbana y clamaban por su derecho a manifestarse en barrios empobrecidos y violentos.
Desde entonces y hasta los años finales del siglo XX, el grafiti fue visto en Nueva York como una manifestación del caos y el desorden de la ciudad. En las décadas de 1970 y 1980 los metros de la ciudad fueron plagados de grafitis, algunos de los cuales constituían verdaderas obras de arte.
Los artistas callejeros o vándalos -según el enfoque-, dejaron de pintar el metro de la ciudad luego de que se adoptara en la década de 1980 la política de mantener inactivos los vagones intervenidos hasta que fueran completamente recuperados. Sin el metro, los grafiteros perdieron uno de sus lienzos naturales.
Asimismo, políticas inspiradas en el concepto de cero tolerancia al crimen convirtieron las pintas en delitos graves en lugar de faltas administrativas, lo que aumentó en forma drástica el riesgo para los artistas.
No obstante, el siglo XXI comenzó a ver el grafiti desde una nueva óptica, y tanto vecinos como autoridades percibieron estas manifestaciones urbanas como verdaderas piezas de arte.
Desde hace poco menos de una década, el grafiti en Nueva York ha vuelto a florecer, y ahora esta ciudad ha refrendado con creces su lugar como una de las indiscutibles capitales del mundo para el arte callejero mural.
El más reciente ejemplo lo constituye la intervención del artista Logan Hicks en un muro ubicado entre las avenidas Bowery y Houston en el barrio del Lower East Side, de Manhattan.
Titulado “Historia de mi vida”, el mural es una representación en tonos azules de docenas de personas en una calle de la ciudad, lo que representa una especie de espejo de la vida neoyorquina, así como una reflexión sobre la propiedad del espacio público urbano.
El proyecto del llamado Muro Houston-Bowery fue inspirado en una intervención realizada por el artista callejero Keith Haring, uno de los pioneros del grafiti artístico de Nueva York a principios de la década de 1980.
Ahora, al menos dos vecindarios neoyorquinos sobresalen por sus espectaculares murales, la mayor parte de los cuales han sido elaborados en los últimos cinco años: Bushwick, en el condado de Brooklyn; y Harlem del Este, en la parte norte de Manhattan.
Bushwick, un vecindario repleto de fábricas y de bodegas, azotado por la epidemia del crack en la década de 1980, es ahora una de las zonas de más acelerado desarrollo en la ciudad. Asimismo, gracias a sus docenas de murales, el barrio es un centro de atracción turística cada vez más representativo.
El cambio lo inició en 2012 un nativo de Bushwick, Joseph Ficalora, quien decidió renovar el temible barrio y sus amenazantes grafitis con un esfuerzo concertado para conseguir muros a fin de que se expresaran tanto los jóvenes de la zona como artistas internacionales invitados.
Mientras tanto, los murales de Harlem del Este, que ha visto una multiplicación de sus obras pictóricas callejeras en los últimos dos años, reflejan el carácter eminentemente cosmopolita y cambiante de unos de los barrios con mayor tradición latina de la ciudad.
Los murales de Harlem del Este, que cuentan la historia del barrio y se mezclan con su tejido social, revelan incluso las influencias de los grandes muralistas mexicanos de mediados del siglo XX, así como las luchas sociales de la comunidad latinoamericana.
Asimismo, de las imágenes que evocan una herencia puertorriqueña a murales con temas mexicanos, los temas de los murales del Harlem del Este reflejan ahora una mezcla más variada que incluye a afroamericanos y anglosajones.
La transformación de Harlem del Este ha sido radical y, de alguna manera, ha reflejado los cambios de la ciudad de Nueva York, donde el arte público y callejero es adoptado como una dinámica manera de que la comunidad cuente su propia historia.
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