No es casualidad que Myanmar sea conocida como “el país del oro”. En todos los rincones de este Estado del Sudeste Asiático se pueden encontrar edificios religiosos dedicados a Buda y recubiertos con una fina lámina de oro, una decoración que deja sin respiración a los visitantes que se acercan por primera vez al gran patrimonio arqueológico del país.
Pero hay un lugar que, más que todos los demás, es capaz de sorprender y maravillar: Bagan. Esta explanada de unos 40 kilómetros cuadrados alberga, casi una junto a la otra, más de dos mil estructuras entre pagodas, templos y monasterios. Un espectáculo único en el mundo que en 2014 fue declarado Patrimonio de la Humanidad.
A pesar de su riqueza artística y arqueológica de primer orden, menos de un millón de turistas al año visitan Myanmar, antes conocido como Birmania. En el pasado Aung San Suu Kyi hizo numerosos llamamientos para que los turistas internacionales no visitasen su país: el trabajo forzado de la junta militar en los destinos turísticos recibió muchas críticas porque violaba los derechos humanos.
Recientemente, sin embargo, sobre todo gracias a la apertura democrática de los militares, tanto la premio Nobel de la paz como otros grupos de presión están patrocinando un turismo responsable y se han propuesto lograr la meta de siete millones de turistas al año para 2020.
Bagan es, sin duda, la ciudad turística por excelencia. Está situada en el centro del país, en la región de Mandalay, y está bañada por el río Irrawaddy, el más largo del país. Llamada Pagan bajo el dominio británico, y también conocida como Arimaddanapura (“la ciudad que pisotea enemigos”), Tambadipa (“la tierra del cobre”) o Tassadessa (“la tierra seca”), Bagan fue la capital de varios reinos antiguos en Myanmar.
Pero fue a mediados del siglo XI cuando, bajo el rey Anawrahta (1044-1077), se convirtió en un solo reino y dio inicio a su edad de oro.
A raíz de la victoria de Anawrahta sobre el pueblo de los Mon en 1057, la cultura Mon y sobre todo su forma de budismo Theravada ejercieron una influencia dominante. El soberano se convirtió en un firme defensor de las ideas y las prácticas Theravada e inició un programa de grandes construcciones como muestra de apoyo a la nueva religión.
Las decenas de miles de prisioneros de la guerra a los Mon incluían no sólo la familia real sino también académicos, artesanos, capataces y líderes religiosos; todos contribuyeron a sentar las bases de esta nueva y próspera sociedad. Entre los preciados trofeos llevados a Bagan, en ese momento, había unos 30 ejemplares del Tipitaka, las sagradas escrituras del budismo Theravada.
Tanto la familia real como los ciudadanos comunes eran budistas devotos y erigieron numerosas construcciones religiosas, con inscripciones en losas de piedra en las que se describían sus acciones caritativas, una manera de hacer méritos y escapar así del samsara (el ciclo de la reencarnación) y llegar al nirvana (el objetivo final de la vida, el estado en el que se obtiene la liberación del dolor).
En estas losas se registraban, por ejemplo, granjas y plantaciones de arroz que algunos devotos dejaron como donación, así como una serie de advertencias enviadas a los que tenían la intención de causar daño a las donaciones, que eran llamados “blasfemos” y que, por lo tanto, no eran dignos de adorar a Buda.
Kyanzittha (1084-1113), el segundo sucesor de Anawrahta, también era profundamente religioso y continuó sin interrupción el ritmo de las construcciones. A lo largo del siglo XII Bagan fue conocida como la tierra de las cuatro millones de pagodas. Hasta que fue conquistada por las fuerzas del soberano de los mongoles Kublai Khan, en 1287, la zona fue el centro de una gran arquitectura religiosa.
En 1993 la junta militar inició la renovación de muchos de estos edificios religiosos, no siempre teniendo en cuenta, sin embargo, los estilos arquitectónicos originales; además, se utilizaron materiales modernos estéticamente incompatibles con los materiales originales.
Actualmente, según las estadísticas oficiales, en Bagan los monumentos identificables son dos mil 217 y llegan casi al mismo número las pilas de ladrillos y de tierra que no pueden ser identificadas.
Las principales estructuras arquitectónicas históricas que se pueden visitar en Bagan son dos. La primera es la pagoda (en lengua birmana, zedi), que tiene la forma de una campana y se apoya en una estructura cuadrada o octogonal de ladrillos; por lo general tiene un pico ligeramente cónico en metal dorado, cubierto con una decoración en forma de paraguas sagrado (en birmano, hti).
A menudo estas estructuras se cubrían con estuco y se decoraban con tallas finas. Las pagodas todavía se construyen para rendir homenaje a Buda, para honorar a una persona notable o incluso para mantener el recuerdo imborrable de una familia importante.
La otra gran forma de arquitectura que sobrevive en Bagan es el templo (en birmano, gu), que puede tomar una gran variedad de formas. Son edificios más grandes y con más alturas, lugares de culto en el interior de los cuales hay pasillos ricamente decorados con frescos de imágenes sagradas y estatuas.
Los templos a menudo se construían alrededor de una pagoda e incluyen una serie de otros edificios como dormitorios para los monjes y salas de reuniones y de oración. El templo tiene una estructura cuadrada o rectangular, con una terraza externa que representa el Monte Meru, la residencia simbólica de la divinidad, rodeado por un grueso muro para separar el reino de lo sagrado del mundo exterior.
Para visitar toda la zona de Bagan hay que comprar un billete de un valor aproximado de 400 pesos y que tiene una duración de cinco días. Para aventurarse autónomamente en la infinita selva de pagodas y templos, se puede alquilar un scooter eléctrico, ideal para no perturbar la santidad de este lugar.
La afluencia nunca es excesiva. Se trata principalmente de asiáticos: monjes y visitantes budistas se fotografían entre sí, llevan regalos -flores y velas, cuencos con comida y agua- y rezan de rodillas o con la frente en el suelo. El aire huele a incienso y al jazmín con el que trenzan largos collares.
Desafortunadamente hay una amenaza que nubla el brillo del oro de Bagan. Durante décadas birmanos y extranjeros han perpetrado un saqueo sistemático de tesoros. Esto sucedía especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, cuando aventureros occidentales y arqueólogos movían estatuas, frescos y otras antigüedades para llevárselos a lejanos museos.
Aunque el actual gobierno de Myanmar ha prohibido la exportación de antigüedades, hay importantes elementos que siguen desapareciendo a manos de ricos coleccionistas privados, un trágico destino que los escasos controles de seguridad en las pagodas y los templos de Bagan no logran impedir.