En lengua bambara, Bamako significa “dorso de cocodrilo”. La capital de Mali, un gran país en forma de mariposa en el centro de África Occidental, está rodeada por siete colinas, como Roma.
Son como las escamas dorsales de un cocodrilo que emerge del agua. Siete acantilados que protegen a esta ciudad-reptil ubicada en la orilla del río Níger. Los tres grandes puentes sobre este río son las arterias de Bamako, una ciudad con un aire casi antiguo, creada por los franceses durante el colonialismo.
Pero Bamako tiene muchos puentes. Algunos son peatonales, como el puente sobre el Grand Marché en el centro o el que da a la estación de autobuses.
Desde lo alto de estas sólidas estructuras de cemento y de hierro se puede observar el bullicio que recorre las calles.
El Grand Marché, el corazón de la ciudad, con un sinfín de motos, taxis amarillos y las Sotrama, que son las furgonetas de transporte público pintadas de verde.
La estación de autobuses, con su ir y venir constante, la espera de salidas y llegadas, gente vociferando a los cuatro vientos docenas de destinos que se mezclan en una confusa letanía; las mercancías a la espera de ser cargadas…
Un chico descansa sentado en los escalones del puente, con la camiseta sucia y la mirada perdida. Frente a él, un cartel anuncia cómodos colchones y “dulzura” infinita.
Él, como muchos otros jóvenes malienses en su situación, dormirá esta noche en una estera de plástico tirada en el suelo.
Algunos chicos perdidos inhalan pegamento industrial, otros konfò, una especie de bálsamo de tigre, otros engullen pastillas rojas mezcladas con pastillas de color verde. Paraísos artificiales para olvidar los pequeños infiernos cotidianos de la ciudad.
Unos jóvenes descargan un scooter chino del techo de un polvoriento autobús que acaba de llegar quién sabe de dónde, mientras a pocos pasos una moto-taxi espera su carga diaria.
Las mercancías suelen venir de China. Incluso en el Grand Marché, una ciudad dentro de la ciudad donde todo se vende y todo se puede comprar, tan vasto y ambulante que a su lado los zocos de Oriente Medio parecen supermercados, la gran mayoría de los productos que se comercializan provienen de China.
En la ciudad también hay una “ciudad china”, un centro comercial con ideogramas en la fachada que está a dos pasos de la fuertemente vigilada embajada de China, en la Rue de Koulikoro.
Las Sotrama son el verdadero símbolo de Bamako. Se trata de camionetas redondeadas pintadas de mil colores, entre los que predomina el verde, que circulan repletas de gente por todos los rincones de la ciudad.
El alma de cada Sotrama es su prandtigué, un joven que tiene la tarea de buscar a los clientes, cobrar e informar al conductor de las paradas.
El prandtigué grita los nombres de los barrios de destino, da golpecitos en el camión con la mano en la que tiene bien ordenado el dinero para el cambio, da saltos en la puerta, siempre abierta, y empuja hacia dentro o hacia fuera a los viajeros.
Se trata de un sistema de transporte comunitario aparentemente caótico que, a su manera, mueve a miles de personas al día.
“No es un trabajo que pueda hacer todo el mundo. No es fácil ser prandtigué”. Moussa presume, pero no oculta el cansancio al final del turno.
El sol acaba de ponerse en Bamako. También hoy Moussa volverá a casa con los 5,000 CFA (150 pesos) del día arrugados en el bolsillo de unos pantalones vaqueros apretados.
Mali siempre ha estado en el centro de las corrientes migratorias de África Occidental. Las dos vías principales hacia Europa, la que sube por Mauritania y Marruecos y la que atraviesa el centro del Sahara hacia Argelia y Libia, pasan por este país.
Pero desde que la guerra francesa contra el yihadismo en el Sahel afectó el norte de Mali (2013), ocupado durante nueve meses por grupos vinculados a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), la ruta migratoria que conducía desde Bamako a Gao y luego al desierto del Kidal, en la frontera con Argelia, ha sido casi completamente interrumpida.
En los últimos tiempos los inmigrantes han cambiado de itinerario y ahora pasan por Bamako en dirección a Burkina Faso y Níger, una zona que se ha convertido en el verdadero centro de la migración subsahariana hacia Europa a través de Libia.
“Se estima que hay unos cuatro o cinco millones de malienses en el extranjero. De estos cinco millones, tres millones viven en África. Esto significa que la migración entre los países africanos es más importante que la internacional”, explica Dicko, profesor de Sociología en la Universidad de Bamako.
“En Europa es Francia el país que acoge al mayor número de malienses, entre 100 mil y 120 mil, de los cuales aproximadamente la mitad, tienen el permiso de residencia, y los otros no tienen papeles”, agrega.
Según Dicko, “en los últimos tiempos, muchos malienses que se habían quedado bloqueados en Libia después de la caída de Gadafi, o han sido expulsados hacia Mali o han tratado de cruzar el mar hacia Italia. Y, por desgracia, hace unos meses más de 200 malienses murieron en aguas internacionales”.
Dice que “las personas siguen yéndose porque no hay perspectivas. Mira, por ejemplo, las universidades de Mali: hay cinco y, sobre 110 mil estudiantes, produce anualmente alrededor de tres mil graduados que luego no encuentran trabajo”.
“Ellos creen que Europa es El Dorado, que es ahí donde todo sucede. Por eso se quieren ir. Esta falta de perspectivas y de oportunidades junto con el hecho de que la gente piensa que fuera se vive mejor que aquí continúa empujando a muchas personas a marcharse. La inmigración no desaparecerá nunca porque viajar es un derecho de todos”, enfatiza el profesor.