Esperanza Moreno Ortiz, de 33 años, cabello corto y lacio, tiene un tatuaje en su hombro izquierdo con la leyenda ‘Siempre habrá esperanza, pero es quizás eso, la esperanza, lo que sus familiares de a poco pierden: desde el pasado 12 de agosto desapareció en Jerécuaro, sin dejar rastro alguno, como si la tierra misma la hubiera tragado. Y las autoridades no han dado con su paradero, ni parecen interesadas en ello.
El caso de Esperanza es uno más de los tantos que se asoman en un pequeño auditorio de la Universidad de Guanajuato, donde se realiza el foro de pacificación que autoridades federales electas organizaron, el décimo quinto organizado a nivel nacional.
Quien alza la voz por ella y por al menos otras cinco personas que desaparecieron en Acámbaro y en municipios aledaños, es Martha Patricia Soto, cuya robustez es reflejo de su valentía, y su corta estatura se compensa con el impacto que generan sus palabras entre los presentes.
Ella, como parte del Observatorio Acambarense de Derechos Humanos Fray Raúl Vera López, conoce de primera mano el dolor de las víctimas de las víctimas, esos familiares y amigos que al perder a un ser querido o no dar con su paradero, padecen un viacrucis que igual puede durar una noche o toda una vida.
“Exigimos justicia para todas las familias que en este momento sufren la desaparición o asesinato de un ser querido, deseamos que estos casos no sigan ocurriendo y que regrese la paz a nuestros hogares y nuestros pueblos, que esta voz trascienda, que nos hagan caso, que se tomen medidas para que llegue la justicia tan anhelada a nuestros pueblos”, dice Martha, con un dejo de dolor en su voz.
Al terminar su discurso, en el auditorio retumba: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, el mismo clamor que nació en Ayotzinapa, y que hoy, más que un grito de guerra, es un grito de auxilio que pide misericordia y fin a la incertidumbre de saber si aquel que un día fue, se encuentra quizás bajo la tierra y ya no es.
Brillan por su ausencia las autoridades federales, estatales y municipales recién electas el 1º de julio. Buscaron el voto, lo obtuvieron, pero este jueves 4 de octubre su agenda tiene otras prioridades.
El auditorio, con el agrio olor de la desesperación y el dolor, sigue en silencio. Tal como lo dejó minutos atrás Evelina Guzmán Castañeda al narrar cómo desde el 23 de marzo de 2011 están desaparecidas 23 personas originarias de San Luis de la Paz, quienes un día buscaron ir en busca del sueño americano, y hoy no hay rastro de ellas.
La tierra, o el crimen organizado, también los engulló.
Entre ellos está su hermano Samuel Guzmán Castañeda.
El ‘coyote’ que los ayudaría a cruzar la frontera, José García Morales, sí fue encontrado.
Junto a decenas de cadáveres, el cuerpo de don José fue encontrado en las fatídicas y célebres fosas de San Fernando, en Tamaulipas. Pero de los 23 ludovicenses que llevaba a Estados Unidos aún no hay pistas.
Sus familiares tuvieron que interponer no una ni dos denuncias, sino tres para que la Procuraduría General de Justicia del Estado se dignara a abrir una carpeta de investigación, que hasta ahora sólo ha servido para asignarle un folio a la tragedia de no saber qué pasó con 23 personas. Veintitrés.
Sus familiares los han buscado en calles, hospitales, albergues de migrantes, centrales camioneras, y nada. Sólo faltaría buscarlos debajo de las piedras.
“No hay palabras para describir la angustia y agonía de vivir, día a día, sin saber de nuestros familiares desaparecidos; sin embargo, seguimos de pie para luchar y encontrar respuestas. La verdadera paz para nosotros, los familiares, sería la presencia de la búsqueda y la justicia porque sin búsqueda, verdad y justicia, sólo hay víctimas sin cura”, dice Evelina, con el hilo de voz que se asoma entre una garganta estrujada por el dolor.
Y esos son los únicos dos relatos de víctimas que se escuchan en un auditorio que concentra por igual a mamás, papás, hijos, hermanos, amigos que buscan hasta el cansancio a un ser querido, o que una bala perdida les arrebató en un instante un trozo o la completa alegría. Porque hoy, parece, todos son víctimas: unas yacen en un lugar hasta ahora desconocido, otras que ya no confían en nadie al salir a la calle, y las que están ahí, exigiendo justicia y que aparezcan sus desaparecidos. Porque vivos se los llevaron…
Discussion about this post