Los asesinatos entre familiares y contra niños, no son novedad en León y la forma en que son asesinados por sus padres o adultos de la familia llevan implícita la alevosía y la ventaja tratándose, como sucede, de persona indefensas que dependen económica y afectivamente de quienes les dan muerte un un contexto en que se antoja difícil que nadie pueda observar, adivinar o intuir el peligro que corren las víctimas.
El caso de Luz María, como probable homicida de sus hijos de 10, 6 y 3 años de edad en la colonia Valle de la Luz, este lunes, que culminó con el suicidio de ella, no fue intuido ni concebido por nadie en la familia, según dijeron familiares de las víctimas a las autoridades investigadoras.
Pero un dato parece revelar un origen de la ideación y la consumación del crimen y el suicidio. Ella dejó un recado póstumo en que habla de su estado mental y de muerte.
En esos términos escuetos describió un funcionario ministerial el contenido de dicho recado. Él protege el contenido por ley en interés de las víctimas, pero se negó a mencionar siquiera el sentido de dicho mensaje y si había en el mensaje un señalamiento explícito de que los niños serían asesinados, como lo fueron.
De hecho la Procuraduría no ha determinado su María de la Luz efectivamente es la asesina, pues aun no concluyen las indagaciones.
Pero hay más casos.
Avanzado este siglo, cumplió una condena de más de 20 años de prisión Juan Ramón, un hombre que fue detenido, procesado y condenado por el asesinato de sus padres e intento de homicidio de su hermano.
En la última década del siglo pasado, un hombre asesinó a sus tres hijos en una recámara de la casa que habitó con su mujer, pero de la que estaba en proceso de separación.
Uno a uno de los llamó a ese lugar y los degolló, luego se hizo un corte en el cuello supuestamente con la intención de quitarse la vida, pero ni el corte era profundo ni corrió peligro de muerte. La mamá de los niños estaba ausente en su trabajo.
Él purga una condena de cárcel.
En la misma década, una mujer, madre de tres niños cerró herméticamente la casa que habitaba con ellos y su marido en la colonia Hacienda los Naranjos. El hombre estaba ausente, trabajando.
Ella esparció en la casa un solvente altamente flamable y luego provocó un flamazo e incendio en que perecieron los cuatro. Ella y sus hijos. Las autoridades no fueron especialmente explícitas en las motivaciones que había tenido la mujer para el asesinato de sus propios hijos y el suicidio.
En noviembre del 2013, Soledad Esparza Flores de 28 años, quien vivía con su hija de 13 años y su hijo de 10 años en el fraccionamiento Puerta Dorada al poniente de la ciudad, condujo a sus hijos hasta un embalse cercano.
Los indujo a entrar en el agua y los sumergió hasta que murieron ahogados. Luego extrajo los cuerpos y les prendió fuego a la orilla del mismo embalse y se marchó.
Nadie presenció lo ocurrido y las investigaciones ministeriales no parecían avanzar, pero el hombre que vivía con Soledad, padrastro de los niños, quedó horrorizado cuando ella le confesó lo que había hecho y terminó por denunciarla.
Ella fue detenida y ahora purga una condena de cárcel por esos homicidios. Se trata de homicidios castigados con mayor rigor por disposición de la ley penal bajo el tipo de homicidio en razón de parentesco.
En marzo del 2014 murieron Pedro Ferran, de origen español y residente en León; esposa Daniela Murillo y en su cuna el bebé de ambos fue asesinado.
Las investigaciones iniciaron con el asesinato de ella, por arma blanca, en la entrada de residencia que habitaban en el fraccionamiento Jardines de Santa Fe.
El primer sospechoso fue precisamente Pedro Ferrán, a quien comenzaron a buscar afanosamente las autoridades.
Pero luego se llevaron una sorpresa, en su cuna estaba el cadáver del bebe de ese matrimonio. Había sido asesinado.
Pedro Ferrán moriría horas después al chocar su vehículo en el libramiento carretero norte de Irapuato, donde se estrelló en su auto contra una camioneta que transportaba ganado. No quedó claro si lo hizo con intención.
A partir de esos hechos, la investigación quedó abierta, sin mayor avance y se tejieron toda clase de hipótesis sobre quién mató al niño, y quién a la madre. El silencio oficial fue total y a la fecha nunca han explicado quienes fueron asesinos. La única víctima clara, el bebé.
En caos como estos, ante el silencio oficial, es difícil llegar a conocer si los asesinatos podían haber sido previstos y aún prevenidos. Si se dieron o no en un contexto de violencia familiar que hiciera temer razonablemente por la seguridad de las vidas que luego fueron segadas. Si el estado mental o afectivo, y la conducta previa de los homicidas, permitía anticipar o no lo que podía suceder y efectivamente sucedió.
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