Desde que Francisco es Papa, la residencia pontificia de Castel Gandolfo pasó de ser morada estiva fija de los líderes católicos a convertirse en una atracción turística, disfrutada más por los visitantes italianos y extranjeros.
Hasta el año 2012, agosto solía ser un mes clave para las villas pontificias, ubicadas a sólo 25 kilómetros al sur de Roma, en un pequeño pueblo de ese mismo nombre ubicado junto al Lago de Albano.
Por tradición, todos los agostos el Papa se trasladaba del Vaticano hasta Castel Gandolfo para huir del infernal calor romano y por eso bajaba sensiblemente el ritmo de sus actividades y apariciones públicas. No eran vacaciones, porque esas los pontífices las tomaban siempre en julio.
Pero los jardines de la residencia vaticana, un oasis de calma y tranquilidad, invitaban a los líderes católicos a descansar de cara a las actividades del año.
No obstante, en esos periodos solían tenerse en el patio del casco central de la villa las audiencias generales de los miércoles o los Angelus dominicales. Eso generaba un importante movimiento, también económico, para los negocios y restaurantes del pueblo.
Por eso, cuando Francisco decidió quedarse en el Vaticano durante sus primer verano como Papa (agosto de 2013), una de las primeras críticas de sus detractores fue que, con esa decisión, afectaba a los comerciantes locales.
Bergoglio no se dejó condicionar y optó, como hacía en Buenos Aires desde hace muchos años, por no tomarse unas verdaderas vacaciones, ni siquiera para trasladarse a Castel Gandolfo. En cambio, dio la orden de abrir las villas pontificias a los recorridos de los turistas en general.
Las villas, actualmente son tres (Cybo, Moro y Barberini) y ocupan un espacio de 55 hectáreas en torno al Lago de Albano, se encuentran en la colina más alta de la zona, de tal manera que -en días con cielos despejados- es posible admirar el Mar Mediterráneo de una parte y la laguna del otro.
Ubicada sobre antiguas residencias del imperio romano, la más antigua villa del complejo -conocida con el nombre de “Cybo”- fue expropiada por el Papa Urbano VIII (Maffeo Barberini) en 1590 y comenzó a ser habitada en 1614.
Antes, en el siglo XII d.C. aproximadamente, una familia de nobles genoveses -los Gandolfo- hicieron construir un castillo sobre lo que se conocía, hasta ese momento, como “Alba Longa”: una población que dataría del siglo XIII a.C.
De hecho ese pasado imperial está aún presente en diversos rincones de los amplios jardines de la residencia papal, donde incluso se mantienen, en discreto estado de conservación, los restos de un modesto teatro romano, con sus gradas y pasillos.
Se trata del testimonio de la Albanum Domitiani, residencia de campo del emperador Domiciano (81-96 d.C.).
Pero el vestigio antiguo más impresionante es, sin duda, el “criptopórtico”: un túnel excavado en la roca de unos 300 metros de extensión que fue construido por los romanos para permitir al emperador pasear por los jardines sin mojarse cuando llueve.
La finca de Castel Gandolfo es 11 hectáreas más grande que el mismo Vaticano, que apenas ocupa 44 en el corazón de Roma. Empero, la mayor parte del territorio de ambas propiedades es ocupado por jardines con plantas de todo el mundo.
En la residencia de verano destacan los centenarios “jardines a la italiana”, donde conviven ordenadamente plantas de todo el mundo, tan numerosas que tomaría decenios catalogarlas todas.
Sobre todo porque apenas suman 59 los trabajadores de las villas, la mayoría de los cuales se dedican a la atención de las plantas y a la manutención en general. No superan las 14 familias.
Algunos de ellos administran una pequeña granja local que cuenta con 65 vacas, gallinas y otros animales. Allí se produce leche, queso, aceite de oliva, huevos y otros productos naturales, muchos de los cuales terminan cada semana en la mesa de Francisco.
Antes, el acceso a las villas pontificias no era público y sólo algunos visitantes tienen la fortuna de acceder a ella en grupos, con prioridad para cardenales, obispos, sacerdotes y monjas.
Gracias a Francisco las cosas cambiaron, y Castel Gandolfo se convirtió en una atracción privilegiada para aquellos turistas interesados en conocer más sobre la historia de los Papas y el Vaticano.