Myanmar es uno de los países más pobres del mundo. Su historia reciente habla de estancamiento económico, aislamiento y mala gestión. Aunque este Estado del sudeste asiático es rico en petróleo, madera de teca y arroz y posee un patrimonio cultural inmenso, la economía avanza muy lentamente.
Así, una parte importante de los trabajadores se dedican a actividades que están a medio camino entre la artesanía y la industria y se limitan a poco más que satisfacer la demanda local. La ciudad de Pakokku, en el centro del país, encarna estas características: es un consolidado polo artesano-industrial, conocido sobre todo por tres productos: un popular pareo para hombres, puros y chanclas.
En los 50 años de dictadura militar que ha vivido Myanmar, antes Birmania, la economía se ha caracterizado por una impronta socialista. Hasta principios de los años 90 todo tipo de empresa estaba bajo el férreo control del Estado.
Posteriormente, la Junta Militar empezó a liberalizar algunos sectores, con la entrada de empresas extranjeras interesadas en recursos naturales como piedras preciosas, petróleo y gas. Pero para hacerlo, estas empresas extranjeras tenían que asociarse con el gobierno, con participaciones minoritarias.
Anteriormente, bajo el dominio británico, Myanmar era uno de los principales exportadores mundiales de arroz, y producía casi la totalidad de madera de teca a nivel mundial. Actualmente, en cambio, el país tiene un fuerte déficit de infraestructuras; tanto es así que la arteria comercial más utilizada es el río Irrawaddy, que con una longitud de más de dos mil kilómetros atraviesa todo el Estado.
Es en el río Irrawaddy, en la región central de Magway, donde se levanta Pakokku. Este centro de 130 mil habitantes es conocido en todo el país por la producción masiva de tres bienes: el típico pareo masculino, los puros y las chanclas.
Para llegar a Pakokku hay que cruzar el puente con el mismo nombre, el más largo de Myanmar, que mide unos cuatro kilómetros. Una vez en la ciudad, se encuentran, una tras otra, cientos y cientos de pequeñas chozas y palafitos, que hacen de casas, tiendas de alimentos y talleres. Es en estos últimos donde se concentran las actividades de la gran mayoría de la población de Pakokku.
El señor Kham tiene 72 años y es el dueño de una sastrería. Su padre era sastre, como lo era su abuelo y como lo son ahora su hijo y su nieto. A lo largo de los años a Kham los negocios le han ido bastante bien y por eso ahora tiene unos 15 empleados, casi todas mujeres y la mayoría parientes suyos.
“Ahora ya soy demasiado viejo para trabajar, la vista me traiciona y me tiemblan las manos”, dice el anciano. “Me limito a controlar, sentado, a mis empleados. Las mujeres son las mejores, tienen una técnica y una dedicación que un hombre nunca será capaz de alcanzar”, añade.
“A cada una de ellas les he enseñado el oficio personalmente. Me siento muy orgulloso. Les pago lo que puedo, 140.000 kyat (unos 2.000 pesos) por mes. Trabajamos con el mismo tipo de maquinaria que utilizaba en el pasado mi abuelo: para mí los telares de lanzadera son insustituibles”, apunta.
Kham produce los omnipresentes pareos masculinos, un vestido tradicional del país. Se trata de una tela rectangular que, atada a la cintura, es un poco más larga que un pareo clásico. Lo llevan casi exclusivamente los hombres, de todas las edades. Tiene un precio medio de mercado de siete mil kyat (98 pesos) y se pueden encontrar en todos los colores y estampados.
“Ahora se están haciendo algunos con cuadros rojos y amarillos. Pero el que se vende más es el que tiene los cuadros verdes y azul oscuro. Cada mes producimos un millar. Varios comerciantes de Pakokku vienen a abastecerse aquí, pero vendemos al por mayor en todo el país. Estoy seguro de que en todas las pequeñas ciudades del país hay al menos un hombre que llevaba un ´longee´ mío”, añade Kham.
La compañía Aung Kyar Nyunt (Pequeña Tigresa Victoriosa, en birmano) produce puros. Un fumador nacional que se respete no puede no conocer estos puros, inconfundibles por la pequeña etiqueta que representa una tigresa corriendo. También en este caso las mujeres son las más expertas. Con gran rapidez y precisión, como si fueran autómatas, confeccionan los puros.
“Al cabo de un par de días puedes hacerlo con los ojos cerrados. Tomas una hoja de tabaco, metes tabaco dentro, insertas un filtro de cartón, lo enrollas, lo cortas para que tenga el tamaño adecuado y pones la etiqueta. Ya está. Hacemos puros de dos tamaños diferentes, unos finos y otros un poco más gruesos. Es un buen trabajo, podemos hablar mientras trabajamos y así el tiempo pasa más rápido”, dice Bala, la más anciana en el taller de Aung Kyat Nyunt.
Aquí trabajan siete mujeres. Cada día, durante ocho horas, están en cuclillas en el suelo entre cestas de tabaco picado, hojas de tabaco, filtros y etiquetas. La velocidad con la que realizan su trabajo es casi hipnotizante. Cada día hacen al menos 26.000 cigarros. Su salario mensual es de alrededor de 150 mil kyats (dos mil 100 pesos).
Por último, la otra gran especialidad de Pakokku son las chanclas. Por aquí hay, de hecho, un dicho que dice: “En Birmania todos caminan con un pedazo de Pakokku en los pies”. En esta ciudad el número de fábricas de calzado es muy alto y Hcai Ko Shway (Pandereta de Oro) es una de las más conocidas.
Aunque las paredes del taller de la Hcai Ko Shway están hechas de redes metálicas para permitir que circule el aire, el olor del plástico es muy fuerte, y se nota desde la calle. El plástico de las suelas de las chanclas proviene de neumáticos encontrados por aquí y por allá, y sólo se puede utilizar después de un largo tratamiento con agentes químicos.
La Hcai Ko Shway es una empresa familiar. En ella trabajan seis hermanos, todos entre los 23 y los 36 años. Nyan, el mayor, es el director: “Heredamos este negocio de mi padre, que ahora es demasiado viejo para trabajar pero que nos sigue dando sabios consejos. Las chanclas tienen que pasar por varias etapas para estar acabadas”.
“Una vez obtenidas las láminas de plástico a partir de neumáticos reciclados, pasamos al corte para darles la forma del pie. Esto lo hacemos con una máquina, ya que es una tarea que requiere mucha precisión. Cubrimos el plástico con una capa de cuero, que cortamos con un bisturí para después insertar la tira que pasa por los dedos”, explica.
Añade que “esta tira, también de plástico, está cubierta de terciopelo. Gracias a una pintura especial, la suela queda muy lúcida. Por último, pegamos en todos los zapatos una pequeña pegatina con nuestro símbolo, una pandereta dorada. El procedimiento es el mismo para hombres y mujeres, sólo cambia el tamaño de las chanclas”.
Una vez que la pintura se seca, las chanclas se meten en las cajas. Cada día Nyan y sus hermanos producen 200 pares de chanclas que guardan en el almacén. Hcai Ko Shway también tiene un pequeño punto de venda que da directamente a la calle: el precio por un par de chanclas es de nueve mil kyats (unos 126 pesos).
“Una vez por semana llevamos contenedores con chanclas al puerto. Es sobre todo a través del río Irrawaddy que entregamos los pedidos; sigue siendo la vía más segura y económica. Sin embargo, es la más lenta. Pero no importa: quien quiera llevar chanclas bonitas y la calidad debe ser paciente. Las chanclas con la pandereta de oro tarde o temprano terminan en los pies de todos”, afirma, satisfecho, Nyan.